El saber y el conocimiento son considerados bienes humanos respetables y dignos de emprendimiento. En Occidente esta idea ha estado también asociada al auge de una cultura masculina, que desde la Edad Media ha monopolizado el estudio de las letras humanas. ¿Cuánto es exigible sacrificar para alcanzar estándares de erudición y sabiduría? La respuesta medieval pareció ser: todo. La vida del “académico” es la vida del monje; su prole son sus discípulos, una forma asexuada de reproducción. Hoy, extrañamente, esa idea resulta anticuada y hasta equivocada. Pareciera que es posible compatibilizar aquellos bienes típicamente solitarios con otros que solo surgen de la vida en familia. “Creced y reproducíos” hoy ha sido reemplazado por “Publicad y reproducíos”. El académico moderno es también un buen padre de familia. Y, horror, un padre de familia
cool.
En
A Single Man (“Un hombre soltero”, 2009)
Tom Ford ofreció a
Colin Firth (Darcy en
El diario de Bridget Jones) un rol que hace tiempo dejó de ser escandaloso: un hombre maduro homosexual.
Firth es George, profesor inglés universitario en Los Angeles, que ha perdido en un accidente a su pareja, Jim (sólido
Matthew Goode, Ozymandias en
Watchmen). Basada en la novela homónima de
Christopher Isherwood, la película recorre un día de 1962 en la vida de George, que se enfrenta a sus temores, inseguridades y, con un cierto tono existencial, intenta hacer frente a esa pérdida vital. Es la primera película de
Tom Ford, más famoso por su trabajo como modisto, quien luce unos pinceles que podrían llegar a ser frívolos: exquisita preocupación por los detalles arquitectónicos, limpísima disposición del vestuario, saturación y decoloración de las imágenes de acuerdo a los personajes y las situaciones. Es cierto que hay momentos que más pasan por una propaganda homoerótica de cualquier perfume de marca (el blanco y negro para un flashback de George y Jim semidesnudos parece gritar “¡Calvin Klein!”), y si no fuera por el trabajo de sus actores, toda la alta costura desplegada en la ejecución sería simplemente un efecto sin causa.
Colin Firth, Mathhew Goode y la vida familiar Es el trabajo de
Firth lo que sostiene a la película en sus poco más de noventa minutos.
Firth, como profesor, resulta ligeramente antipático. Mejor dicho: tiene esa distancia y escepticismo que solo puede a atraer a algunos alumnos. Poco lo afecta la situación de la posguerra, la crisis de los misiles con Cuba, y todo el pánico apocalíptico del que uno de sus colegas hace gala (una breve intervención de
Lee Pace, de
Pushing Daisies). Para
Firth, el problema es que ha perdido al hombre de su vida y, sin embargo, eso lo deja tal y como estaba antes: como un hombre soltero. En buena medida, la película juega a tergiversar ese título, pues vemos a George como un viudo, pero también como un pretendiente y luego como un hombre casado. Es en esas breves escenas donde el talento de
Firth se transfigura en una sutileza conmovedora. El recorrido metafórico que hace George –desde el alba al anochecer– es una examinación de su condición de “invisible”; una “minoría invisible” como él mismo la llama. Y cómo, a pesar de ello, su vida pudo florecer. En ese recorrido también encuentra a su amiga Charlotte (
Julianne Moore) y a un alumno que busca con curiosidad cimentar su identidad (
Nicholas Hoult, el niño de
About a Boy), ambos trabajados como una especie de tentadores comprensivos. Es como si el alma de George fuera disputada por el vicio de la carne y la virtud de la contención. El inicio mismo del relato –
Firth semidesnudo en la cama, la tinta de su pluma manchando las sábanas en un gesto que podría ser descrito como “onanismo intelectual”, es decir un vicio– es también indicativo que lo que está en juego es el orden de las pasiones y la dirección de los impulsos.
En un sentido,
A Single Man posee cierto optimismo respecto a la forma en que nuestro carácter puede ser moldeado al margen de las convenciones menos dignas de nuestra sociedad. En
Tenure, en cambio, la mirada cínica se posa sobre el vínculo entre trabajo y vida privada. Para robarle la formulación a un amigo,
Tenure comparte la tesis que los académicos de hoy pasaron de buscar la verdad a buscar empleo. “Tenure” es el término inglés para la relación laboral de un profesor con una institución según el cual el académico posee su cargo “en propiedad” (y
aquí hay varios chistes sobre lo que significa eso).
Tenure es la primera película de
Mike Million, y se trata de una comedia naïf acerca de Charlie Thurber (
Luke Wilson), un joven profesor que busca ser ascendido en la carrera académica obteniendo su
tenure. Charlie, como muchos de los personajes de Wilson, es un perdedor lo suficientemente guapo como para no serlo tanto. Charlie no ha publicado ningún artículo hace mucho tiempo (o lo que en tiempo académico sería considerado
mucho), por lo que sus posibilidades se ven reducidas. Más todavía cuando irrumpe la profesora Grasso (
Gretchen Mol), una chica de Yale con todas las credenciales del caso (y, por fortuna, no la usual mujer-profesional-castrante tan de moda en las películas gringas). El fuerte de Charlie es su relación con los alumnos: en las antípodas de
A Single Man, Charlie es el profesor que te enseña algo de la vida a partir de
Moby Dick (o, en su caso,
The Magus de
John Fowles).
Luke Wilson en Tenure Tenure es una película que respira al ritmo de
Wes Anderson, solo que sin tanto personaje excéntrico. Fuera de un colega obsesionado con Pie Grande (
David Koechner, ligeramente insoportable), una novia de arriendo (
Rosemarie DeWitt, la titular de
Rachel Getting Married) y un alumno interesado en la poesía erótica (
Nathan Pham, preciso y conciso), Charlie tiene que vérselas con su hermana y su padre (
Bob Gunton), un otrora académico que ahora vive en un asilo. Todos ellos representan fragmentos del mundo del saber: desde el método-científico-para-las-masas detrás de cada documental de Pie Grande, hasta la erudición de alta costura detrás del arte del
paper. Es justamente ese arte el que Charlie no domina. En el mundo de hoy, un académico sin publicaciones es como un padre sin hijos. Sin embargo, esa división entre la consagración monacal al conocimiento y la vida productiva de un hombre normal termina apareciendo como una falsa dicotomía cada vez que vemos a Charlie enseñando a sus alumnos. Sí, después de
La sociedad de los poetas muertos resulta un poquito cliché, pero no por ello nauseabundo.
Tenure es una película liviana sobre las exigencias laborales de trabajos que no nos importan. O que nos importan, pero de una forma distinta a cómo están planteados. Si una película puede decir eso, y sacar algunas sonrisas, yo diría que resulta mejor de lo esperable.