Hoy sábado se estrenó en Chile Alcina de Handel. El Teatro Escuela de Carabineros acogió en el foso a un enérgico Federico Maria Sardelli y en escena a un psicodélico Marcelo Lombardero. Hay harto que decir, pero dos cosas son particularmente llamativas: primero, la abundancia de cortes que sufrió la partitura. Omitir in toto los números de ballet es una práctica usual, lo mismo que eliminar algunas arias. Todo eso ocurrió en esta Alcina, pero además se optó por omitir la repetición de la primera sección de algunas arias, una elección bastante inidiomática que genera cierta perplejidad cuando uno está a la espera de la ornamentación en la repetición. En un caso, además, se llegó al extremo de ofrecer un aria con solo la primera sección: sin la segunda, y obviamente sin el da capo. En total, cerca de una hora de omisiones.
Lo segundo es la elección interpretativa de Lombardero. Pantallas gigantes muestran imágenes de drogadictos y un inserto en el programa de mano da cuenta que se busca mostrar cómo los medios, el mercado y todos los placeres asociados a ellos corromponen o destruyen a las personas. Esto calzó perfectamente en el primer acto, un tanto cargado a la seriedad, pero provocó cierta extrañeza en el segundo, cuando uno comienza a ver a Alcina más como la jefa de un cartel de la droga y a los cruzados como...¿la policía de investigaciones? Es un poco confuso y probablemente algún instinto de provocación habrá motivado a Lombardero que, al momento de recibir los aplausos (sí, aplausos, porque no hubo pifias), puso cara de "Vaya vaya, no me lo esperaba".
Fue, eso sí, una función recompensante, con una Maité Beaumont algo modesta en ornamentaciones, pero luciendo ese hermoso timbre que tiene. Revelación, al menos para mí, fue Judith Gauthier, que en el pequeño rol de Oberto, y con un aria menos debido a los cortes, se robó los aplausos finales. Llámenme neurótico, pero lo que me sigue pareciendo de pésimo gusto es que se escriba el nombre del compositor como "Haendel". Si bien dicha persona fue bautizada como "Georg Friederich Händel", la forma que su apellido tomó en manos de terceros fue casi siempre distinta: "Hendel", "Händeler", "Hendler", "Handell", y "Haendel", la forma francesa. Sin embargo, una vez asentado en Londres, la grafía más común fue la de "George Frideric Handel". Así figura en su acta de naturalización como súbdito de la corona británica, y es también la forma en que él mismo firmaba. La más importante biografía del compositor se titula sucintamente Handel y la mayoría de los discos que contienen su música escriben así su apellido. No hay razón para abandonar esa convención, aprobada en vida por su afectado más directo.
Lo segundo es la elección interpretativa de Lombardero. Pantallas gigantes muestran imágenes de drogadictos y un inserto en el programa de mano da cuenta que se busca mostrar cómo los medios, el mercado y todos los placeres asociados a ellos corromponen o destruyen a las personas. Esto calzó perfectamente en el primer acto, un tanto cargado a la seriedad, pero provocó cierta extrañeza en el segundo, cuando uno comienza a ver a Alcina más como la jefa de un cartel de la droga y a los cruzados como...¿la policía de investigaciones? Es un poco confuso y probablemente algún instinto de provocación habrá motivado a Lombardero que, al momento de recibir los aplausos (sí, aplausos, porque no hubo pifias), puso cara de "Vaya vaya, no me lo esperaba".
Fue, eso sí, una función recompensante, con una Maité Beaumont algo modesta en ornamentaciones, pero luciendo ese hermoso timbre que tiene. Revelación, al menos para mí, fue Judith Gauthier, que en el pequeño rol de Oberto, y con un aria menos debido a los cortes, se robó los aplausos finales. Llámenme neurótico, pero lo que me sigue pareciendo de pésimo gusto es que se escriba el nombre del compositor como "Haendel". Si bien dicha persona fue bautizada como "Georg Friederich Händel", la forma que su apellido tomó en manos de terceros fue casi siempre distinta: "Hendel", "Händeler", "Hendler", "Handell", y "Haendel", la forma francesa. Sin embargo, una vez asentado en Londres, la grafía más común fue la de "George Frideric Handel". Así figura en su acta de naturalización como súbdito de la corona británica, y es también la forma en que él mismo firmaba. La más importante biografía del compositor se titula sucintamente Handel y la mayoría de los discos que contienen su música escriben así su apellido. No hay razón para abandonar esa convención, aprobada en vida por su afectado más directo.