jueves, 7 de enero de 2010

El fin de la guerra

Kathryn Bigelow, The Hurt Locker
Oren Moverman, The Messenger
Jim Sheridan, Brothers


¿Con cuántos medios se puede continuar la política una vez iniciada la guerra? Sabemos, desde Goebbels al menos, que el cine es un inmenso aparato de gestión política capaz de encauzar las pasiones y aglutinar los deseos. El cine bélico como género ha experimentado variados giros, desde la usual historia patriótico-triunfante, hasta el retrato íntimo de la vida de los soldados. La guerra internacional entre Estados Unidos, Iraq y otros países ha dado también frutos cinematográficos, incluidos algunos poderosos documentales como Taxi to the Dark Side (2007). Tres recientes películas se concentran en ese conflicto, y dos lo hacen desde lo que podríamos llamar el cine post bellum.

The Hurt Locker de Kathryn Bigelow (Punto de Quiebre) ha sido aclamada por la crítica estadounidense como lo mejor del 2009, y es fácil darse cuenta por qué. La película sigue a un escuadrón de desarme de artefactos explosivos en Iraq liderado por el sargento William James (Jeremy Renner), quien con mucha temeridad se encarga de lo obvio: desarmar bombas. El título de la película alude a una cajita en la que él guarda restos de sus desarmes, aunque también se ha sugerido que alude a un sector mental, un “gabinete de los dolores” donde se almacena todo aquello que nos ha dañado. La tarea de desarme es principalmente manual, y es coordinada con la información y protección que otros dos soldados le proporcionan (Anthony Mackie y Brian Geraghty). El trabajo en equipo es escaso, y la personalidad de James parece comerse todo a su alrededor. Llevando el nombre de uno de los principales filósofos pragmatistas estadounidenses, el sargento William James parece invencible en su eficiencia. La guerra opera en él como energía creativa, y el personaje recuerda a esos héroes malditos cuyo destino parece ser la lucha.

The Hurt Locker: Jeremy Renner puede hacer varias cosas a la vez

La película de Bigelow, que ha sido comparada a Aliens de James Cameron, su ex-marido, es a primera vista una película de acción. En parte lo es, porque sería inusual no ver al menos una explosión en una película de desarme de bombas. También lo es por los niveles de tensión que gatilla en el espectador, algo en todo caso común a varios otros géneros. Es curioso que la referencia más obvia, a saber que se trate de una película bélica, no acuda inmediatamente a la mente. Supongo que esto puede deberse a cierto debilitamiento del género, o a la asociación del mismo con ciertos y determinados conflictos (las dos Guerras Mundiales, Vietnam). The Hurt Locker no es una meditación sobre el género como lo han sido otras notables películas como Apocalypse Now (1979) o La delgada línea roja (1998), sino algo mucho más modesto.

La película se abre con la cita “El furor de la batalla es una adicción potente, y a veces letal, porque la guerra es una droga”, y lo que sigue es el efecto de esa droga en el personaje de Jeremy Renner, sólido e impenetrable en su interpretación. Bigelow dosifica los episodios de desarme con precisión de médico, generando expectación y hasta síndrome de abstinencia en su audiencia. La culminación del tratamiento son dos escenas de seres humanos convertidos en bombas. Son momentos perturbadores que obligan a preguntar si el cine de acción no genera más violencia que la que retrata. Mi respuesta sería un rotundo no, y la película, con demasiado análisis, puede llevar a concluir que el cine de acción genera patologías (un poco lo que Michael Haneke sugería en Funny Games).

The Messenger: Woody Harrelson y Ben Foster portan malas noticias

The Messenger y Brothers, por su parte, exploran las consecuencias de la guerra, principalmente el daño en los seres humanos involucrados en ella. The Messenger es una película íntima en la que el capitán Tony Stone (Woody Harrelson) y el sargento Will Montgomery (Ben Foster, el chico ángel de X Men III) se encargan de comunicar a los familiares la muerte de los soldados. Si en The Hurt Locker la premisa era que cada episodio de desarme era un baile con la muerte, en The Messenger el punto de partida es que la muerte es un hecho consumado y cada episodio en que se la reporta es un proceso burocrático. Nada de coquetería, pulsiones, incertidumbre. Tony Stone, de hecho, tiene un conjunto de reglas para realizar la labor, reglas que aplica con disciplina prusiana por más que desafíen lo razonable y exigible a un ser humano. En ese universo de reglas el sargento Montgomery, que ya pasó por Iraq, irrumpe con simpatía dispuesto a humanizar su trabajo.

Los episodios de revelación son intensos: sollozos, gritos, insultos, lágrimas, vómitos. También hay cierta ironía, como la chica que se ha casado en secreto con un soldado, y que al llegar los mensajeros su padre pasa del enfado (“¡Te casaste con un loco soldado!”) a la empatía (“Ya bebé, ya”). “Matar al mensajero” es la consigna del personaje de Steve Buscemi, que escupe y aletea como si algo pudiera hacerle recuperar a su hijo. En medio de esa labor ingrata aparece Olivia (Samantha Morton, Synecdoche, El libertino), cuya tranquilidad y resignación hacen casi dudar de la sinceridad de sus emociones. Olivia, que tiene un hijo, lleva su luto con dignidad, y comienza a establecer una amistad con Montgomery. “No toques a los deudos” es una de las reglas de Stone, pero la propia Olivia les da la mano a los mensajeros, y es como si rompiera un hechizo. Cuando Montgomery decide consolar a un viejito dueño de un supermercado, Stone estalla al ser puesta su autoridad en duda. Es difícil pensar en Woody Harrelson como una figura de autoridad institucional. Harrelson si controla es por su presencia, de ahí que su asociación con reglas y códigos de conducta sea, desde un principio, extraña. En el mejor de los casos, él es la regla. The Messenger explora varios de estos aspectos con inteligencia, y logra mucho con medios mínimos. En Rescatando al soldado Ryan hay una famosa escena en que vemos un auto aproximarse a casa de mamá Ryan. Ella cae al suelo, sabiendo que no son buenas noticias. Ese es un aspecto del duelo que The Messenger estira con figuras desquiciadas. Pero también se ocupa de mostrar cómo se puede comenzar a reconstruir desde las cenizas. Esto suena cursi, pero la película no lo es. Al contrario, la sensación es de continua pérdida, y Oren Moverman dirige con austeridad una película que trata más sobre la vida que sobre la muerte.

Brothers: Tobey Maguire con cara de psicópata

Brothers también se concentra en el “qué pasa después de la guerra”. The Deer Hunter (El francotirador, 1978) es la referencia obvia en este asunto. La película de Michael Cimino es una pieza de tres horas que recorre desde los momentos pre-bélicos (una boda rusa, una salida de cacería), hasta los efectos psicológicamente devastadores que la guerra tiene en los soldados (Christopher Walken convertido en un jugador profesional de ruleta rusa). Brothers, en menos de dos horas, efectúa un recorrido similar concentrándose en la experiencia de dos hermanos, Tommy (Jake Gyllenhaal), recién salido de la cárcel, y Sam (Tobey Maguire), que muy pronto irá a Afganistán, donde será dado erróneamente por muerto, mientras Tommy se queda en casa intentando ser útil, por más que parezca un niño grande con escaso vocabulario. Todo esto suena increíblemente yanqui, pero lo cierto es que la película es un remake de otra danesa (Brødre, 2004). La original, dirigida por Susanne Bier, no posee el despliegue melodramático que Jim Sheridan (En el nombre del padre) le ha imprimido a la réplica, pero sí una cierta naturalidad y universalidad que ahora se pierden. Es bastante sorpresivo, por ejemplo, enterarse gracias a la película danesa la cantidad de soldados de ese país que marcharon a Afganistán (más todavía si se considera la población total de Dinamarca). Cuando el Sam danés vuelve cambiado por su experiencia bélica, intuimos que las consecuencias globales de la guerra no ocurren solo en un nivel político, sino también doméstico: el Sam danés se ha vuelto una persona irascible, socialmente dañado. Cuando el Sam de Tobey Maguire regresa con cara de lunático y varios kilos menos, sabemos lo que viene: otro loco más en territorio estadounidense. Lo que en la película de Bier semejaba un gran relato moral de alcance universal, en la película de Sheridan se vuelve, lamentablemente, un problema de patología local.

Esto no es desmerecer los méritos de una película que provoca en el espectador emociones fuertes. En la mejor tradición del drama psicológico, Sheridan desarrolla un triángulo entre los hermanos y la mujer de Sam (Natalie Portman), presentada mucho más inocentemente que su par danesa. Sheridan también cambia la violencia física por violencia psicológica, generando un momento de tensión exquisito, en una versión expandida de una escena que en el original era mucho menos efectiva: en medio de una cena familiar una de las hijas del matrimonio (una impresionante Bailee Madison), termina de envenenar el pozo de la paz familiar. Brothers está en la línea de In the Valley of Elah (2007) al sugerir que hay algo podrido en los Estados Unidos, que los valores han sido trastocados, y que la transformación operada por la guerra aliena a las personas de sus roles cotidianos. Brothers, eso sí, intenta ser más optimista, lo que a duras penas llega a ser creíble cuando los colores del invierno ofrecen un panorama yermo de la vida diaria.






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