Stake Land (literalmente, "la tierra de la estaca", o "estacalandia") es la segunda película de Jim Mickle. Es lo que The Road pudo haber sido si no hubiese sido tan pretenciosa. The Road es una película apocalíptica, en clave milenarista: la raza humana está perdida, pero le aguarda la salvación. El problema era principalmente la comida, y las partes sobre canibalismo eran un comentario bien ingenioso sobre el problema de la comida (o la industria de la comida) a nivel mundial. Stake Land asume que en un mundo post-apocalíptico la comida es un problema, pero no pretende extraer de ahí ninguna lección seudo-filósofica. Por mí, bien.
Como tantas, comienza in media res: Connor Paolo (Mystic River) y Nick Damici son Martin y "Míster" (lo dejo así porque "Señor", en este contexto, podría conducir a equívocos religiosos). En la primera secuencia vemos cómo Martin pierde a su familia, incluida una crudísima escena con una guagua. Míster es un llanero solitario, cazavampiros por necesidad, pero con una motivación feroz, una suerte de rabia radical cuyo origen intuimos con respeto. Juntos recorren la tierra baldía en que se ha convertido Estados Unidos, huyendo hacia el Norte en busca de un Nuevo Edén (literalmente). No es una premisa original, pero a medida que los seguimos, el tratamiento del material se revela menos cliché de lo esperable. De hecho, debe ser una de las películas de horror más tristes que recuerde. Buena parte de esa tristeza se debe al encuentro con una monja (Kelly McGillis, Witness). Huyendo de unos violadores, es rescatada por Martin y Míster. Nos enteramos que los victimarios son parte de una secta religiosa llamada "La Hermandad", y con esto queda atado el nudo principal de la película: en tiempos de catástrofe el ser humano se entrega a la irracionalidad. La Hermandad es la forma en que esta película tematiza ese aspecto, con ribetes anti-religiosos que inflamarían el espíritu del más militante de los secularistas.
Los vampiros de Stake Land no tienen glamour. Son simplemente seres hambrientos y sin dignidad. Son más zombies que vampiros (lo que lleva a preguntarse si acaso esta no es en realidad una película de zombies). ¿Por qué esa elección? Los vampiros suelen encarnar el dilema de si acaso es bueno o no vivir eternamente. Un vampiro -aunque esto es discutible- está vivo, o al menos tiene conciencia. Si Stake Land es una peli de acabóse-de-mundo, la elección de vampiros parece ser un comentario sobre la mortalidad, la sobrevivencia y la resiliencia de la raza humana en un mundo devastado. La lucha de los humanos contra la inmortalidad, encarnada tanto en los vampiros como en el fanatismo religioso de La Hermandad, equivale a una celebración de la vida humana tal y como la conocemos: bruta, violenta, vulnerable, y mortal. Es una película por sobre la media dentro de su género, con actuaciones sólidas y una música extrañamente cursi que sin embargo es un buen acompañamiento.
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