jueves, 4 de febrero de 2010

Hermanos Spierig, Daybreakers: Mi sangre sin azúcar, por favor

El cultivo de humanos es una empresa rentable

¿Otra película de vampiros? Sí y no. Una película de vampiros tiene por eje la idea de uno o más chupasangres que amenazan a un individuo, familia o población; esa idea va desde La hora del espanto (Fright Night, 1985) hasta Bram Stoker's Dracula (1992). Los vampiros no suelen ser un fenómeno masivo como los zombies o los extrarrestres. Más bien se parecen a un discreto acosador. En Daybreakers, la segunda película de los hermanos Michael y Peter Spierig, esa premisa es alterada y hasta invertida. Producto de un virus, la población mundial se ha transformado en vampiro, y los pocos humanos que quedan con vida son cazados y cultivados como tomates para obtener su sangre. Así, en el año 2019 la sociedad vampira lleva una vida más o menos normal. Han ideado formas para evitar el sol como vías subterráneas para desplazarse (una idea, en todo caso, poco original), los autos pueden ennegrecer sus vidrios y ofrecer gracias a una cámara una visión del exterior, y, obvio, el negocio de la sangre prolifera con la eficiencia de un Starbucks. El sueño americano en versión vampira.

La compañía Bromley Marks es la encargada de proveer sangre a la población estadounidense, y posee para ello una especie de invernadero de humanos que recuerda a Matrix, aunque nunca vemos demasiados detalles de todo el proceso (¿falta de presupuesto o falta de creatividad?). Su jefe, Charles Bromley (Sam Neill) se muestra como un exitoso empresario con gran liderazgo. Es, como suele ocurrir hoy, un político con mucho dinero. La compañía también se haya involucrada en una investigación para encontrar un sucedáneo de la sangre. Dada la poca oferta de humanos, es imperativo idear un producto que pueda satisfacer las necesidades de la población, pues un vampiro que deja de alimentarse de sangre degenera en poco tiempo en un "sub-sider", un murciélago antropomorfo agresivo y bruto. Esa es la misión del Dr. Edward Dalton (Ethan Hawke), que junto a otros científicos dedican su tiempo también a encontrar una cura para el vampirismo. Dalton y su hermano soldado Frankie (Michael Dorman) van a representar, una vez más en la pantalla, el clásico enfrentamiento entre la prudencia de la ciencia y la impertinencia de los militares. Frankie se erige como el antagonista de Dalton, y le recuerda que, después de todo, él también es un vampiro. Seducido por el carismático Bromley, Frankie pronto se olvidará también que Edward es su hermano. Este es uno de los conflictos de lealtad que la película explora, sugiriendo algunos otros que, sin embargo, no explota: la relación entre los vampiros y los humanos (en varios sentidos, sus ancestros), la relación entre los animales superiores y los inferiores (en este caso, todo aquello que tenga sangre), la familia y los lazos afectivos (principalmente a través de una hija perdida de Bromley). ¿Tienen sentimientos morales los vampiros? ¿Sienten piedad por los humanos? Nada de esto recibe mucha atención.

La ficción imita la realidad: Sam Neill (al centro) y su gabinete

La película en su primera parte captura la atención del espectador al ofrecer una mirada a la sociedad vampira. Lamentablemente se trata de una mirada superficial, que no satisface las expectativas de ver desplegada a la humanidad devenida vampira en sus actividades cotidianas. La mayoría de las reglas sobre vampiros se han respetado, y uno quisiera saber qué ha ocurrido, diez años desde la pandemia, con los niños vampiros que no crecen. ¿Siguen yendo al colegio? ¿Trabajan como adultos? De hecho, la sola noción de trabajo parece superflua dado que los vampiros son inmortales y su única necesidad es procurarse alimento. ¿Incentiva el gobierno -si es que lo hay- el emprendimiento privado? ¿Hay invernaderos familiares donde animales o humanos son criados para luego ordeñarles la sangre? La idea de una sociedad vampira sugiere una sociedad hedonista, donde la única preocupación es la sangre. Y no cuesta mucho imaginar al Gourmet Channel ofreciendo sofisticadas preparaciones de un Bloody Mary. Nada de esto, sin embargo, ocurre en pantalla. Lo más cercano es el Starbucks vampiro que vende un café con sangre, pero ¿dónde están los frappuccinos?

La historia tiene un segundo arranque cuando un grupo de humanos, la résistance, se alía con Edward para mostrarle lo que consideran es la cura. Audrey (Claudia Karvan) conducirá a Edward hacia la fuente encarnada de ella, un hombre curtido por el tiempo llamado Elvis (Willem Dafoe haciendo lo que mejor hace). De ahí en adelante el relato se pone más convencional, los malos más malos, los buenos más buenos, y los que que parten neutros y devienen malos se encaminan después hacia su redención. La "cura" puede o no convencer a más de alguno (personalmente tengo argumentos encontrados a favor y en contra), pero es un giro sutil. Los efectos especiales van desde lo modesto (el invernadero de la compañía), hasta lo efectivo (algunos estallidos gore de cuerpos humanos), aunque todo lo que tiene que ver con fuego es bastante poco convincente. La imagen tiene los colores del neón, y el persistente cigarro que inhala Edward intenta darle un toque de neo noir que difícilmente se justifica. Una idea interesante que se queda corta.

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