George Clooney llegando/partiendo
Jason Reitman viene estrenando una película cada dos años desde el 2005. Ese fue un auspicioso debut con la comedia negra Gracias por fumar, que serviría de trampolín para el pequeño fenómeno que fue Juno en 2007. El año pasado Reitman estrenó Up in the Air (Amor sin escalas en la traducción castellana que recuerda a Amor sin barreras), con la que ha logrado varios premios, entre ellos el Globo de Oro al mejor guión de película. Jason Reitman es el hijo de Ivan Reitman, el director de Los cazafantasmas, y ambos figuran como productores del que en ningún caso es un film familiar.
Up in the Air parte con unos créditos dispuestos armoniosamente sobre grandes paisajes captados desde el aire. No es la visión de Dios, sino más pedestremente la que tendríamos desde la ventana de un avión. Ese es el hábitat de Ryan Bingham (George Clooney), quien viaja por Estados Unidos despidiendo personas. Es un trabajo ingrato, y Bingham parece haber desarrollado cierta tolerancia a los insultos, llantos y caras tristes. En algunos casos Bingham las hace hasta de terapeuta, ayudando a las personas a enfrentar su nueva situación. Bingham aprovecha todas las oportunidades que le da su empleo para acumular kilómetros; una de sus metas es llegar a la ingente suma de diez millones de millas como viajero frecuente. ¿Hay algo más en la vida de Bingham? Fuera de unas charlas tipo charlatán que da a gente cuyas vidas es mejor no imaginar, no, no hay más. El caos irrumpe cuando una precoz jovencita, Natalie Keener (Anna Kendrick), descubre que todo el trabajo sucio puede hacerse de forma más económica (y por cierto, también más sucia). La solución de Keener es despedir a la gente por internet. Una pantalla a cada lado, mucha sangre fría, y la compañía podrá ahorrarse todos los viajes en avión.
La trama en este punto es creíble, y uno tirita con la cara de la joven Kendrick cuando impertérrita ofrece toda su expertise para minimizar los costos económicos de un negocio triste. Es Kendrick la que logra capturar mejor las ambivalencias de un trabajo consistente en disminuir los puestos de trabajo. Es joven, cegada por la teoría, falta de práctica, y semeja al peor de los productos de cualquiera escuela de negocios o derecho. Kendrick es una actriz talentosa que con sus 24 años parece hecha para representar a una recién graduada que busca que el mundo se incline a sus pies. Puede que el sayo le quede demasiado a la medida, en particular si uno la recuerda como la competitiva Ginny en The Rocket Science, donde el equipo de debate cumplía las mismas funciones aspiracionales que ahora menos metafóricamente cumple su papel en la compañía de despidos. El personaje de Kendrick se embarca en un aprendizaje en terreno con el ilustrado Clooney, y algunas de las secuencias más divertidas de la película ocurren en las lecciones que Clonney le imparte con sabiduría zen.
A diferencia del personaje de Kendrick, que experimenta algún tipo de transformación durante la película (aunque estemos seguros que nada será definitivo en un espíritu esencialmente inquieto como el suyo), el personaje de Clonney se atasca en el cliché del hombre-sabio-a-quien-nadie-puede-enseñar-nada combinado con el inevitable rol de galán. Es obvio: el papel está hecho a la medida de Clooney, y la cámara casi no pierde oportunidad para recordarnos que casi ningún otro actor se ve tan bien como él de traje y corbata. Clooney nos ofrece con encanto a un cínico Bingham, para minutos después refugiarse en el estereotipo del macho vulnerable, ese que quizá puede follarse a todas las azafatas de un mismo vuelo sin despertar sospechas entre los pasajeros, para después recogerse en su interior con una mirada pensativa y solitaria. Es por eso que el recurso a una segunda mujer, la Alex Goran de Vera Farmiga, es también un anillo al dedo demasiado obvio. Si Kendrick representa el aspecto neurótico de las mujeres, Farmiga pinta el lado sensual, lúbrico, íntimo. Las mujeres de Up in the Air de hecho parecen querer reflejar varias de las etiquetas "femeninas", como si el principio femenino quedara descompuesto al pasar por un prisma y arrojara múltiples colores. Frente a eso, la unidad y contundencia del principio masculino encarnado en George Clooney eleva a la altura de las estrellas el culto al galán de Hollywood, fetichismo que el propio Clooney parece feliz de cultivar.
Jason Reitman escribe guiones llenos de vida, y acá el tono está morigerado para sugerir que la desgracia ha entrado en la casa americana. Las crisis económicas siempre arrojan saldos negativos, y Reitman muestra ese luto con enorme dignidad al retratar a la clase media a la que el personaje de Clooney despide a diario. Sin embargo, es como si las cosas se le fueran de las manos. The Full Monty fue otra película sobre el desempleo, y a diferencia de la de Reitman no intenta ser un producto trascendental ni autocomplaciente. Si uno compara las modestas pretensiones de un corto que Reitman dirigió en 2004 llamado Consent (puede verse en YouTube), donde parodiaba el nivel altamente formalizado al que ha llegado una actividad como tener relaciones sexuales, Up in the Air resulta falsamente profunda. Es casi como si hubiera que leer en las arrugas de la frente de Clooney la angustia existencial de un hombre condenado a vivir, como los dioses, alejado del sentimiento humano. Eso es mucho trabajo para una arruga.
Up in the Air parte con unos créditos dispuestos armoniosamente sobre grandes paisajes captados desde el aire. No es la visión de Dios, sino más pedestremente la que tendríamos desde la ventana de un avión. Ese es el hábitat de Ryan Bingham (George Clooney), quien viaja por Estados Unidos despidiendo personas. Es un trabajo ingrato, y Bingham parece haber desarrollado cierta tolerancia a los insultos, llantos y caras tristes. En algunos casos Bingham las hace hasta de terapeuta, ayudando a las personas a enfrentar su nueva situación. Bingham aprovecha todas las oportunidades que le da su empleo para acumular kilómetros; una de sus metas es llegar a la ingente suma de diez millones de millas como viajero frecuente. ¿Hay algo más en la vida de Bingham? Fuera de unas charlas tipo charlatán que da a gente cuyas vidas es mejor no imaginar, no, no hay más. El caos irrumpe cuando una precoz jovencita, Natalie Keener (Anna Kendrick), descubre que todo el trabajo sucio puede hacerse de forma más económica (y por cierto, también más sucia). La solución de Keener es despedir a la gente por internet. Una pantalla a cada lado, mucha sangre fría, y la compañía podrá ahorrarse todos los viajes en avión.
Anna Kendrick puede despedirte desde cualquier computador...en cualquier momento
La trama en este punto es creíble, y uno tirita con la cara de la joven Kendrick cuando impertérrita ofrece toda su expertise para minimizar los costos económicos de un negocio triste. Es Kendrick la que logra capturar mejor las ambivalencias de un trabajo consistente en disminuir los puestos de trabajo. Es joven, cegada por la teoría, falta de práctica, y semeja al peor de los productos de cualquiera escuela de negocios o derecho. Kendrick es una actriz talentosa que con sus 24 años parece hecha para representar a una recién graduada que busca que el mundo se incline a sus pies. Puede que el sayo le quede demasiado a la medida, en particular si uno la recuerda como la competitiva Ginny en The Rocket Science, donde el equipo de debate cumplía las mismas funciones aspiracionales que ahora menos metafóricamente cumple su papel en la compañía de despidos. El personaje de Kendrick se embarca en un aprendizaje en terreno con el ilustrado Clooney, y algunas de las secuencias más divertidas de la película ocurren en las lecciones que Clonney le imparte con sabiduría zen.
A diferencia del personaje de Kendrick, que experimenta algún tipo de transformación durante la película (aunque estemos seguros que nada será definitivo en un espíritu esencialmente inquieto como el suyo), el personaje de Clonney se atasca en el cliché del hombre-sabio-a-quien-nadie-puede-enseñar-nada combinado con el inevitable rol de galán. Es obvio: el papel está hecho a la medida de Clooney, y la cámara casi no pierde oportunidad para recordarnos que casi ningún otro actor se ve tan bien como él de traje y corbata. Clooney nos ofrece con encanto a un cínico Bingham, para minutos después refugiarse en el estereotipo del macho vulnerable, ese que quizá puede follarse a todas las azafatas de un mismo vuelo sin despertar sospechas entre los pasajeros, para después recogerse en su interior con una mirada pensativa y solitaria. Es por eso que el recurso a una segunda mujer, la Alex Goran de Vera Farmiga, es también un anillo al dedo demasiado obvio. Si Kendrick representa el aspecto neurótico de las mujeres, Farmiga pinta el lado sensual, lúbrico, íntimo. Las mujeres de Up in the Air de hecho parecen querer reflejar varias de las etiquetas "femeninas", como si el principio femenino quedara descompuesto al pasar por un prisma y arrojara múltiples colores. Frente a eso, la unidad y contundencia del principio masculino encarnado en George Clooney eleva a la altura de las estrellas el culto al galán de Hollywood, fetichismo que el propio Clooney parece feliz de cultivar.
George Clooney y Vera Farminga sonriendo
Jason Reitman escribe guiones llenos de vida, y acá el tono está morigerado para sugerir que la desgracia ha entrado en la casa americana. Las crisis económicas siempre arrojan saldos negativos, y Reitman muestra ese luto con enorme dignidad al retratar a la clase media a la que el personaje de Clooney despide a diario. Sin embargo, es como si las cosas se le fueran de las manos. The Full Monty fue otra película sobre el desempleo, y a diferencia de la de Reitman no intenta ser un producto trascendental ni autocomplaciente. Si uno compara las modestas pretensiones de un corto que Reitman dirigió en 2004 llamado Consent (puede verse en YouTube), donde parodiaba el nivel altamente formalizado al que ha llegado una actividad como tener relaciones sexuales, Up in the Air resulta falsamente profunda. Es casi como si hubiera que leer en las arrugas de la frente de Clooney la angustia existencial de un hombre condenado a vivir, como los dioses, alejado del sentimiento humano. Eso es mucho trabajo para una arruga.
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