domingo, 14 de marzo de 2010

Casas, cosas

Wes Anderson, Fantastic Mr. Fox
Ursula Meier, Home


Mis recuerdos del terremoto (dos largos minutos) están casi en tercera persona. No tengo demasiada memoria del evento. Solo sé que me moví y que la casa también. Hablando con otras personas uno comienza a recordar de a poco, y los videos en YouTube me confirman que, después de todo, lo más extraño de la sensación es que uno se siente como una cosa, no como una persona. Que una persona se sienta como una cosa puede ser traumático, y viendo dos películas me pregunto que podría querer decir que una cosa fuera tratada como algo más que eso.

Fantastic Mr. Fox: el Sr. Zorro y su zorruna familia

Fantastic Mr. Fox es el sexto largometraje de Wes Anderson (The Royal Tenenbaums, The Life Aquatic with Steve Zissou), y si bien el material está en línea con los tópicos usuales de sus películas anteriores (familia disfuncional, miedo al fracaso, decepción amorosa), la forma esta vez es nueva. Nueva...por así decirlo, porque Anderson utilizó una de las técnicas de animación más antiguas, el stop-motion, para dar vida a la historia de un zorro y su familia que ven amenazado su hábitat por la intromisión violenta de los humanos.

El Sr. Zorro (voz de George Clooney) ha formado una familia con la Sra. Zorro (la ubicua Meryl Streep), y le ha prometido llevar una vida honesta. Compran una casa-árbol, y tienen un hijo, Ash (Jason Schwartzman, Bored to Death). Todo marcha bien, y el mundo de los animales funciona con casi la misma burocracia que el de los humanos. La llegada del primo Kristofferson (Eric Chase Anderson), un zorro adolescente bueno para todo, siembra una semilla de envidia e inseguridad en Ash. Este es un conflicto familiar en el nivel más doméstico posible: un extraño, que sin embargo pertenece a la familia, provoca un desorden en las certezas de uno de sus miembros. Envidia, resentimiento, Schadenfreude, y un largo etcétera de sentimientos reactivos florecen en el miembro más joven del árbol familiar que comienza a comprender su particular carácter. Comienza a darse cuenta que, en un sentido muy vago, él es especial. No es casual que sea Schwartzman quien de voz a este jovencito, cuando en una película anterior de Anderson, Rushmore, ya había interpretado a otro chico "especial". La idea acá es un poco más gruesa: para cultivar el carácter es necesario conocer los deslindes de la personalidad. "Conocerse a sí mismo" es una consigna algo cliché, pero el cine de Anderson suele ahondar conscientemente y con buen sentido del humor en esa clase de temas. Y sale bastante airoso.

Fantastic Mr. Fox: el Tejón (izquierda) y su voz, Bill Murray (derecha)

El conflicto familiar toma una dimensión pública cuando el Sr. Zorro vuelve a las suyas: roba gallinas de los humanos. Con la ayuda del parsimonioso Kylie (Wallace Wolodarsky), el Sr. Zorro despliega su plan atacando la propiedad de tres granjeros, que pronto tomarán cartas en el asunto. Liderados por el enjuto Franklin Bean (el gran Michael Gambon), el árbol familiar será atacado ahora literalmente. Aquí comienza una historia de acción, aventura, planificación y grandes efectos que lucen la pasión de Anderson por la simetría y la repetición. Hay secuencias ciertamente jocosas (mi parte favorita: la visita-baile que el Sr. Zorro y sus amigos hacen a las propiedades de cada granjero), pero en ningún momento la retórica de Anderson edulcora lo que desde el principio es obvio: el Sr. Zorro es ante todo un animal, y uno salvaje. No es casualidad que los animales domésticos (gallinas, perros) no hablen, como sí lo hacen los animales bravíos (zorros, tejones, conejos, ratas). A pesar de tener una estética de cuento bidimensional para niños, Anderson escribe una fábula para adultos utilizando un stop-motion más crudo que la regla (doce cuadros por segundo en vez de veinticuatro). Esa crudeza también se refleja en que desde el comienzo no se nos oculta otra obviedad: que los zorros comen gallinas, y ello requiere matarlas previamente. El Sr. Zorro domestica esa animalidad, hasta que inevitablemente debe volver a ella para poder sobrevivir. Irónico: en una secuencia el iracundo Sr. Bean explota con furia animal destruyendo toda una oficina. Es otro viejo cliché: somos animales cuyos instintos han sido domeñados por la costumbre y las reglas sociales. Con otro director, esto sería demasiado apestoso. Con Wes Anderson, es casi algo nuevo bajo el sol.

De Ursula Meier no sabía nada, hasta Home, su primer largometraje después de una florecida pasada por el corto y el documental. Home era la carta suiza para el Oscar 2010, que, ya lo sabemos, no la incluyó en su quina final de película extranjera. Es una película con una trama sencilla: una familia vive de forma normal al lado de una carretera no habilitada. Cuando ella es inaugurada, lo que era una vida cotidiana armoniosa se transforma poco a poco en un infierno. Esta es una historia con la que cualquiera puede empatizar. No solo porque todos hemos sufrido alguna vez el odioso ruido de un auto o (¡peor!) de una moto con tubo de escape sin control de esfínter en medio de la noche. No solo porque también hemos oído la vieja historia de la "casa isla", esa casa cuyo dueño se niega a vender y termina siendo una especie de espinilla en medio de la carretera. Podemos empatizar con la trama porque, por sobre todo, la familia protagonista es extraordinariamente normal. Esto es las antípodas de la familia disfuncional que tanto le gusta mostrar a Wes Anderson.

Home: Isabel Huppert no usa el paso de cebra

Marthe (Isabelle Huppert) y Michel (Olivier Gourmet, conocido por su trabajo con los hermanos Dardenne) son un matrimonio con tres hijos: la mayor y más rebelde, Judith (Adélaïde Leroux), Marion, ensimismada y reflexiva (Madeleine Budd), y el pequeño e hiperactivo Julien (Kacey Mottet Klein). Viven en una casa moderna en las afueras de la ciudad, cuyo patio da directamente a una carretera. Viven tranquilos convencidos que ese tramo nunca será inaugurado. La familia de Marthe, Michel y sus hijos está gobernada por un sentido democrático: todos opinan, todos son iguales. Es la utopía revolucionaria donde, por una vez, "fraternidad" parece flamear con todas las de la ley. Una familia modelo posmoderna difícilmente temblaría ante la arremetida de la tecnología bruta, encarnada acá por la autopista y sus manifestaciones: motos, autos, camiones, todos a alta velocidad dejando un rastro de ruido y mugre a su paso. ¿No sería más fácil mudarse? ¿Qué tan rápido se puede hacer eso? ¿No hay soluciones -aunque sean "soluciones parche"- para el problema?

El resto de la película es la examinación de esas y otras posibilidades, que de a poco comienzan a escalar en sofisticación e ingenio, llegando a extremos surrealistas. Judith, por ejemplo, toma sol al aire libre con la radio a todo volumen. ¿Cómo puede hacerlo ahora, cuando los camioneros prácticamente revientan el espectro sonoro a bocinazos? Pero el ruido es solo uno de los problemas. ¿Qué hay del problema de cruzar la autopista? ¿Cómo hacen los niños para ir a almorzar a casa cuando al cruzar arriesgan quedar estampados en el pavimento? Mamá Marthe intenta ser optimista frente a estos asuntos, y la figura poco maternal de la Huppert canaliza el conflicto como uno que debe ser resuelto entre pares. Poco a poco sentimos que el apego de esa familia no es solo por un modo de vida (en el campo, alejado del ruido de la ciudad), sino también por una cosa a la que llaman hogar. Es el apego por un objeto que se ha vuelto irreemplazable de forma perfecta, y que por lo mismo requiere un período de luto. Ese proceso les lleva a conductas algo enfermizas, a peleas y distanciamientos, que les sirven finalmente para darse cuenta quién es quién en la casa, y por ende quién es parte de la familia. Esta es una película llena de vida, con dosis de un humor alegre, chisposo y espontáneo. Filmada con la fotografía de Agnès Godard, es también un ejemplo de cómo una historia anecdótica puede ser transformada en una trama más profunda sin caer en el abismo de la falsa intelectualidad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario