A las 19 horas ya han abierto las puertas para el segundo concierto de Philip Glass. Y claro: se veía poca gente a las puertas del Teatro. Nada que permitiera adivinar el lleno total. Un grupo de gringos están en la entrada de Tenderini (el frontis está cerrado por reparaciones), y el guía les indica en inglés que lo que van a oír dura 90 minutos con un intermedio de 20. "Voy a estar aquí a la salida" les dice, como para tranquilizarlos. Sí, gringos viajan a Chile para ver a otro gringo tocar una música que, después de pensarlo bien, es harto gringa.
No tengo idea cómo habrá estado el primer concierto, el de ayer, pero sospecho que la dinámica debe haber sido parecida. Después de todo, Glass y su conjunto vienen viajando por el mundo tocando este y otros programas similares hace bastante tiempo. El programa de hoy me pareció más interesante: cubría más años (por cierto, el título del ciclo era "40 años de retrospectiva") y concluía con el primer cuadro de Akhnaten, el funeral de Amenofis III, un momento bastante dramático y, por lo mismo, inusual en la producción glassiana. Glass había dicho que quería conversar con el público, lo que se plasmó en un breve anuncio que hacía el compositor del número que iba a tocar. En el caso del fragmento de Kundun el anuncio fue más o menos así: "A continuación, la música de la película Kundun...o más bien, un breve trozo." Puro minimalismo.
Un telón coloreado por luces sirvió de fondo, lo que daba cierta atmósfera, y el Philip Glass Ensemble (siete músicos, incluidos Michael Riesman y Glass) tocaba con una calma y parsimonia que a veces se contradecía con las varias personas (me incluyo) que meneaban la cabeza o los pies al ritmo de Music in Twelve Parts. Dos músicos de la Filarmónica de Santiago intervinieron en la percusión de la segunda parte del programa (también se meneaban bastante, lo que me pareció notable). La chica que hacía la voz ("do re mi do", que en algún momento sonó como "lleve de lo bueno") tenía un parecido notable a alguien que conozco (Carolina, si lees esto: ¡eras tú!). En fin: el público. Según la percepción de un observador continuo del flujo del Municipal, la composición había cambiado bastante, al punto que afirmó que solo un 5% del público habitual había acudido a esto. (Ok, puede que en el recital de Myriam Hernández también haya cambiado, pero este es un cambio de otro tipo.) Algo de jet set criollo, pocas canas y pocas corbatas, el número de personas se incrementaba a medida que se ascendía por los pisos. El aplauso fue creciendo en entusiasmo a medida que avanzaba el programa, hasta rematar en una ovación final, de las más largas que recuerde en el Teatro Municipal (¿Juan Diego Flórez recibirá algo así?). Mañana, Glass al piano.
No tengo idea cómo habrá estado el primer concierto, el de ayer, pero sospecho que la dinámica debe haber sido parecida. Después de todo, Glass y su conjunto vienen viajando por el mundo tocando este y otros programas similares hace bastante tiempo. El programa de hoy me pareció más interesante: cubría más años (por cierto, el título del ciclo era "40 años de retrospectiva") y concluía con el primer cuadro de Akhnaten, el funeral de Amenofis III, un momento bastante dramático y, por lo mismo, inusual en la producción glassiana. Glass había dicho que quería conversar con el público, lo que se plasmó en un breve anuncio que hacía el compositor del número que iba a tocar. En el caso del fragmento de Kundun el anuncio fue más o menos así: "A continuación, la música de la película Kundun...o más bien, un breve trozo." Puro minimalismo.
Un telón coloreado por luces sirvió de fondo, lo que daba cierta atmósfera, y el Philip Glass Ensemble (siete músicos, incluidos Michael Riesman y Glass) tocaba con una calma y parsimonia que a veces se contradecía con las varias personas (me incluyo) que meneaban la cabeza o los pies al ritmo de Music in Twelve Parts. Dos músicos de la Filarmónica de Santiago intervinieron en la percusión de la segunda parte del programa (también se meneaban bastante, lo que me pareció notable). La chica que hacía la voz ("do re mi do", que en algún momento sonó como "lleve de lo bueno") tenía un parecido notable a alguien que conozco (Carolina, si lees esto: ¡eras tú!). En fin: el público. Según la percepción de un observador continuo del flujo del Municipal, la composición había cambiado bastante, al punto que afirmó que solo un 5% del público habitual había acudido a esto. (Ok, puede que en el recital de Myriam Hernández también haya cambiado, pero este es un cambio de otro tipo.) Algo de jet set criollo, pocas canas y pocas corbatas, el número de personas se incrementaba a medida que se ascendía por los pisos. El aplauso fue creciendo en entusiasmo a medida que avanzaba el programa, hasta rematar en una ovación final, de las más largas que recuerde en el Teatro Municipal (¿Juan Diego Flórez recibirá algo así?). Mañana, Glass al piano.
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