Malkovich, gélido
Hace tiempo se venía gestando la idea de llevar al cine la novela Desgracia de J. M. Coetzee (Nobel de Literatura, 2003). Mis recuerdos indicaban que Liam Neeson estaba previsto para el rol principal, pero al parecer la opción siempre fue Ralph Fiennes. Ninguno de ellos terminó de todas formas encarnando a David Lurie, sino John Malkovich. Tres recientes películas de Malkovich habían sido comedias (Quémese después de leerse, 2008; la insufrible The Great Buck Howard, 2008; y la hilarante Colour Me Kubrick, 2005), por lo que es grato volver a verlo en un papel principal dramático (descontando Klimt, que es casi un género en sí misma). Leí la novela de Coetzee hace varios años, y había mucha información que no recordaba. Sí recordaba lo principal: que David Lurie, de 52 años, profesor de literatura, sostenía un affaire con una alumna, era sometido a un comité de ética por sus pares, escapaba de la ciudad hacia un lugar agreste, donde su hija lesbiana-media-hippie se las arreglaba para sobrevivir. El episodio que marca un vuelco en el libro (la mitad justa), es un acto de violencia brutal que desemboca en un final desolador. Sobre esto, ahora que he visto la película y he vuelto sobre el libro, tengo algunos comentarios.
Lo de “affaire”, ahora, me parece más un falso recuerdo. Lo que hay entre David y su alumna no es una relación como la de El animal moribundo de Philip Roth (también llevada al cine hace poco con Ben Kingsley y Penélope Cruz), sino algo mucho más frío, o derechamente agresivo. Algunos comentarios sobre la película han sugerido incluso que se trata de una violación. Creo que efectivamente la película da esa impresión (no tanto así el libro). El problema con esto es que lo que en el libro marca un vuelco, en la película aparece mucho antes (el primer tercio justo). El balance de esos dos incidentes –lo que David hace con su alumna, lo que luego le ocurre a la hija de David– hace una diferencia no menor entre el texto y el celuloide.
Lo segundo que me llamó la atención de la película es la elección de John Malkovich, un actor de gestos finos, ligeramente afeminado, con un halo andrógino que se ve resaltado por un vestuario suave y ondulante. La música que lo acompaña en el comienzo es también refinada: ópera barroca. A medida que la película avanza la banda sonora se desintegra, hasta llegar a adquirir un carácter impresionista. El puerto al que se llega en los créditos, después de un final “extra” que se aparta del libro, es la musicalización de un poema de Byron, “She walks in beauty”. Es, de alguna forma, un viaje de lo concreto a lo abstracto, y de vuelta a lo concreto. Lurie, operático, se desintegra a medida que su mundo tambalea, y después de ese viaje por las sombras...vuelve a la voz humana, que entona ahora un poema de Byron. Es casi como si la historia de Desgracia, la película, fuera un viaje iniciático. No digo que esto sea mejor o peor que el libro. Las adaptaciones no tienen por qué ser un espejo de lo adaptado, ni el lenguaje del cine tiene por qué reflejar las convenciones de la narrativa escrita. Si la película posee un valor por sí misma, y ciertamente lo tiene, entonces mi disconformidad es con ese final (final+canción), mezcla entre renacer y moraleja.
Lo de “affaire”, ahora, me parece más un falso recuerdo. Lo que hay entre David y su alumna no es una relación como la de El animal moribundo de Philip Roth (también llevada al cine hace poco con Ben Kingsley y Penélope Cruz), sino algo mucho más frío, o derechamente agresivo. Algunos comentarios sobre la película han sugerido incluso que se trata de una violación. Creo que efectivamente la película da esa impresión (no tanto así el libro). El problema con esto es que lo que en el libro marca un vuelco, en la película aparece mucho antes (el primer tercio justo). El balance de esos dos incidentes –lo que David hace con su alumna, lo que luego le ocurre a la hija de David– hace una diferencia no menor entre el texto y el celuloide.
Malkovich, vendado/enturbantado
Lo segundo que me llamó la atención de la película es la elección de John Malkovich, un actor de gestos finos, ligeramente afeminado, con un halo andrógino que se ve resaltado por un vestuario suave y ondulante. La música que lo acompaña en el comienzo es también refinada: ópera barroca. A medida que la película avanza la banda sonora se desintegra, hasta llegar a adquirir un carácter impresionista. El puerto al que se llega en los créditos, después de un final “extra” que se aparta del libro, es la musicalización de un poema de Byron, “She walks in beauty”. Es, de alguna forma, un viaje de lo concreto a lo abstracto, y de vuelta a lo concreto. Lurie, operático, se desintegra a medida que su mundo tambalea, y después de ese viaje por las sombras...vuelve a la voz humana, que entona ahora un poema de Byron. Es casi como si la historia de Desgracia, la película, fuera un viaje iniciático. No digo que esto sea mejor o peor que el libro. Las adaptaciones no tienen por qué ser un espejo de lo adaptado, ni el lenguaje del cine tiene por qué reflejar las convenciones de la narrativa escrita. Si la película posee un valor por sí misma, y ciertamente lo tiene, entonces mi disconformidad es con ese final (final+canción), mezcla entre renacer y moraleja.
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