lunes, 12 de octubre de 2009

Allen, Whatever Works: El arte de insultar (1)

Woody Allen hace rato viene duplicando sus propias películas. Match Point guiñaba a Crimes and Misdemeanors (Crímenes y pecados en una muy poco secular traducción), Deconstructing Harry a Stardust Memories, y en general, sus películas tratan una cantidad acotada de temas: las relaciones de pareja, la imposibilidad de la satisfacción de los deseos, el embrujo de las creencias religiosas. Si Woody Allen se repite, entonces lo que mejor uno puede hacer es ver la versión más lograda de esa repetición. Whatever Works (traducida en España como Si la cosa funciona, aunque hay aquí una sugerencia mejor) es la última entrega de Allen, aunque el proyecto se remonta al menos a la década de 1970 y fue originalmente pensado para Zero Mostel, el gran actor norteamericano de ascendencia judía famoso por su interpretación en las tablas de Tevye en el musical de Jerry Bock, El violinista sobre el tejado. Solo el 2009 la película vio la luz, ahora con Larry David encarnando al arquetipo del neurótico que Allen hizo famoso en...bueno, en casi todas sus apariciones en la pantalla. David es más conocido por ser uno de los creadores de Seinfeld, donde Jerry era básicamente su alter ego. La fórmula es simple: Woody Allen + Larry David = verborrea absoluta.

El personaje de David, Boris Yelnikoff, se describe a sí mismo como un genio. Su vida matrimonial es un fracaso, su personalidad es la de un misántropo, y la creatividad de sus insultos es proporcional a la diversidad de tópicos que detesta. He aquí un ejemplo:
¿Qué diablos significa esto de todos modos? Nada. Cero. Zilch. Nada llega a algo, y sin embargo, no hay escasez de idiotas balbuceantes. Yo no. Yo tengo una visión. Estoy discutiendo contigo. Tus amigos, tus colegas, tus periódicos, la televisión. Todo el mundo está feliz de hablar, lleno de desinformación. Moralidad, ciencia, religión, política, deportes, amor. Tus inversiones, tus niños, la salud. Dios. Si tengo que tomar nueve raciones de frutas y verduras al día para vivir, entonces no quiero vivir. Detesto las frutas y vegetales. Y tus niveles de omega-3, y la cinta de correr, y el electrocardiograma, y la mamografía, y la ecografía pélvica, y, oh, por Dios, ¡la colonoscopía! Y con todo, todavía llega el día en que te ponen en una caja, y es el turno de una nueva generación de idiotas.
Y esto es solo en el minuto 4. No es novedad en una película de Allen, y a estas alturas de su carrera uno ya casi lo pasa por alto. El arte insultatorio de Yelnikoff, que David declama con grandeza seinfeldiana, se potencia con la llegada a su vida de Melodie (Evan Rachel Wood), una chica sureña que ha huído de su casa y busca ayuda en Nueva York. De aquí en adelante la cosa es bastante obvia, y recuerda la relación que en Poderosa Afrodita Allen tiene con el personaje de Mira Sorvino. Con la diferencia que ella, Linda Ash, era sencillamente adorable. El misántropo y la optimista hacen una pareja dispareja, y pronto descubrimos que el mundo del que Melodie proviene no es tan perfecto como ella lo pintaba. Su madre (Patricia Clarkson, una presencia por sí sola) y su padre (Ed Begley Jr.) irrumpen en la película con dos tramas paralelas que a ratos interesan más que el hilo principal. Es un descanso verlos domesticar la lengua y actuar un poco frente a la verborragia indolente del protagonista. La aparición de un joven y apuesto actor (Henry Cavill, de The Tudors) desata los nudos de lo que es, al final, una comedia de equivocaciones sentimentales.

Es, por de pronto, una película que retoma el ritmo del Woody Allen ochentero, el que jugaba como Oberón a intercambiar las parejas en una tórrida noche veraniega. La disparidad en las edades de los protagonistas a más de alguno le provocará un retorcijón, en particular por el aspecto desaseado del personaje de Larry David. ¿Es una trama probable? No lo creo. Pero es la clase de trama que Allen puede desarrollar mejor. Hay, eso sí, una violencia deliberada en la odiosidad de Yelnikoff que solo se aviene al hecho que no es Allen, sino David el que está en la pantalla. Ello hace que la transformación operada en Yelnikoff sea poco convincente. A medida que avanza la película vemos algunos episodios de reflexión existencial del protagonista, que no solo resultan artificiales, sino que parecen incrustados a la fuerza. Me pregunto si esto se debe al estatus del protagonista, Yelnikoff, un físico, a diferencia de casi todos los personajes de Allen que suelen provenir de las humanidades. ¿Es acaso esa condición "fría" y "objetiva" la que le quita el extraño carisma que uno siempre encontraba en los protagónicos de Allen? ¿O es sencillamente que Allen y David, sin ser actores y habiéndose dedicado ambos al stand-up comedy son, pese a ello, cómicos muy diferentes?

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