jueves, 15 de octubre de 2009

Tarantino, Inglorious Basterds: ¿Y qué hacemos con el nazi?

Música para acompañar la lectura:
Ute Lemper canta "Zu Potsdam unter den Eichen" (Weill/Brecht)

Si alguien quisiera evidencia sobre el mal estado de la discusión ética contemporánea, el mejor ejemplo sería que la gente suele preguntarles a los filósofos morales "¿Y qué hacemos con el nazi?". Sí, el nazi es un ejemplo. Y hay que buscar cómo acomodarlo en el complejo esquema de las teorías morales, desde el equilibrio reflexivo hasta el rango abierto pero acotado. Quentin Tarantino tiene otra respuesta: al nazi hay que sacarle la cresta. Más precisamente: sacarle la cresta, y después matarlo.

Inglorious Basterds (Bastardos sin gloria en una traducción que obvía el error ortográfico del original) viene a engrosar la lista de las recientes películas cuya temática es básicamente "hay que matar al nazi". Operación Valquiria (Valkyrie, 2008) fue el pequeño aporte de Bryan Singer y Tom Cruise, y con temáticas muy distintas, la noruega Nieve Muerta (Død snø, 2009) y la danesa Llama y Limón (Flammen og Citronen, 2008), versaban más o menos sobre lo mismo: matar a los nazis, vengan en forma de zombies o solo como invasores. La película de Tarantino ha despertado reacciones variadas. Desde el entusiasmo hasta el escepticismo, pasando por una recepción más bien fría en Cannes, es difícil negar que la expectación era intensa. Tarantino ofrece una fantasía sobre la Segunda Guerra Mundial en la cual un grupo de soldados judíos-estadounidenses, los "bastardos" del título, se ocupan de matar nazis. El teniente Aldo Raine (Brad Pitt) comanda a un grupo heterógeneo de hombres de pocas palabras, pero la verdad esa es solo una parte de la historia. Dividida en cinco capítulos, el segundo de los cuales tiene el nombre de la película, sabemos desde el comienzo que esta será una historia de venganza. Este es un tema conocido por Tarantino, y la ejecución de la idea aquí no es tan personalizada como en Kill Bill. Toda la energía queda canalizada en Hans Landa, el coronel nazi cazador de judíos.

Hans Landa haciendo carrera.

Christoph Waltz es un actor prácticamente desconocido, pero se convierte en una presencia mesmérica a lo largo de las dos horas y medias de film. Hay algo manipulativo en un personaje que es capaz de expresarse en cuatro idiomas y que se mueve con una coquetería gatuna, pero que también dota de unidad a un relato episódico. El villano Landa posee una grandeza satánica que no tiene rival en ningún otro personaje, por la simple razón que ningún otro aparece tanto en pantalla, ni está lo suficientemente desarrollado. Landa, que se describe a sí mismo como un detective, tendrá a cargo la seguridad en la proyección de una película en el París ocupado. El cine de una chica francesa (Mélanie Laurent) es el local elegido, donde se ofrecerá "El orgullo de la nación", película del Dr. Goebbels (Sylvester Groth por segunda vez en ese personaje) que cuenta una hazaña de guerra cometida por un soldado (Daniel Brühl, Good Bye Lenin!). El relato se bifurca luego hacia una operación inglesa destinada a eliminar a la cúpula nazi, en la cual un soldado-crítico-de-cine (Michael Fassbender, Hunger) tomará contacto con una actriz-alemana-dispuesta-a-volar-al-Führer (Diane Kruger). Hay aquí cierta incontinencia argumental, confluyendo todo en una escena de taberna donde el siempre esperado diálogo tarantinesco no alcanza a tomar el suficiente vuelo. Si bien es una película larga, cuando August Diehl (Los falsificadores) y Christian Berkel (de una calvicie que atraganta la vista) están en pantalla, uno lo único que quiere es más diálogo.

La historia de venganza, el complot inglés, los bastardos y Landa confluyen finalmente en el quinto capítulo, al ritmo de David Bowie, un vestido rojo que quema la retina, y una larga toma muy a lo Kill Bill I. Tarantino es un amante del cine, y esta película es una vez más un homenaje al séptimo arte. Con tomas que parecen coreografías, una fotografía que saca brillo a objetos tan triviales como un plato con crema o un cigarrillo, y una música que es la resurrección del género sinfónico mediterráneo para películas, el logro de Tarantino es ante todo la canalización de su pasión por el cine. Es cierto, hay violencia, gore y caricatura. Pero...es casi ridículo echarle eso en cara a Tarantino (a menos, claro, que no se haya visto nada de él antes). La película entretiene, y eso, en algún nivel al menos, es suficiente.

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