Martin, el chico del lazo blanco.
Publicada la lista de las películas sometidas a selección para configurar la quina de Mejor Película Extranjera en los Oscar 2010, los pronósticos indican que Alemania y Francia son apuestas seguras. Das weiße Band de Michael Haneke y Un prophéte de Jacques Audiard obtuvieron respectivamente la Palma de Oro y el Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes, y es probable que los pronósticos sean correctos. Haneke es conocido principalmente por La pianista, su adaptación de la novela homónima de Elfriede Jellinek (Nobel de Literatura, 2003), pero la mayoría de sus películas han nacido de su propia imaginación. Das weiße Band (El lazo blanco), filmada en lustroso blanco y negro, se concentra en las vidas de los habitantes de un pequeño pueblo alemán en los meses previos al inicio de la Primera Guerra Mundial. Un narrador en off nos va informando tranquilamente de algunos acontecimientos ocurridos en el pueblo, partiendo por un accidente sufrido por el médico. Cabalgando en su caballo, un cable tensado a poca altura lo hizo caer a tierra, sufriendo algunas lesiones que lo obligan a guardar reposo. A poco andar, nos vamos familiarizando con los demás personajes de lo que parece un drama rural: la partera Frau Wegner (Susanne Lothar, Funny Games también de Haneke) y su hijo con síndrome de Down; el pastor protestante (Burghart Klaussner) y su familia; el profesor de la escuela (Christian Friedel) y su novia Eva (Leonie Benesch), que trabaja en la mansión del principal empleador del pueblo, el barón (Ulrich Tukur).
En un principio, el ambiente hace presagiar un vuelo romántico al estilo de las tragedias de Kleist. Pero a medida que avanzamos, y avanzan también los accidentes, nos damos cuenta que la catarsis no llegará. En el aserradero del barón, una empleada muere, y su hijo, que muestra un silencioso resentimiento, se desquita destruyéndole los repollos de la huerta. El hijo mismo del barón será después objeto de un castigo anónimo, y la desconfianza comienza a sembrarse entre los tímidos habitantes. ¿Hay un criminal en el pueblo? ¿Es algún tipo de castigo que Él, ese "castillo fuerte" según reza el himno de Lutero, ha enviado a sus fieles? Como otros artistas se han encargado de mostrar, la acumulación de episodios de violencia individualizada responde muchas veces a prácticas sociales de maltrato, toleradas silenciosamente y hasta repudiadas en público por los propios perpetradores.
Pero el drama no es adulto, y el propio subtítulo de la película así lo sugiere: "Eine deutsche Kindergeschichte" ("Una historia infantil alemana"). La presencia de los niños nunca es inocente, y uno sospecha que ellos son los victimarios, aunque varios episodios nos indican que también son víctimas. La paliza a puertas cerradas que el pastor da a su hijo Martin (Leonard Proxauf), y el lazo blanco que le ata al brazo como forma de inculcarle pureza, sugieren que la inocencia está perdida. Haneke dirige con ritmo pausado una historia que solo en pocos momentos intenta apresurarse, como cuando el profesor de la escuela se las da de detective, con un desempeño sencillamente torpe. El estallido de la Gran Guerra nos recuerda que todavía estábamos en las postrimerías del "siglo largo", ese que comenzó en 1789 y concluyó en 1914, y que lo que Haneke intenta mostrar es la infancia de los que habrían de convertirse en los adultos de la Segunda Guerra Mundial. Esta es una tesis fuerte, en el sentido de arriesgar una reducción excesiva. El propio Haneke ha sugerido que debemos ver su película como si el pueblito fuera uno de nuestro propio país, algo así como que nadie está exento del horror original propio de la condición humana, y que lo único que basta para que alcance niveles más tétricos es un poco de tolerancia pasiva y mucha hipocresía. Haneke hizo algo parecido con Funny Games, una película que más parece una tesis doctoral sobre los medios de entretención masivos. El ejercicio acá es eso sí menos artificioso y estéticamente más valioso. Uno puede leer su "historia infantil alemana" como una "Historia sobre una Alemania infantil", la de los que crecieron en la guerra y maduraron en la entreguerra, para finalmente sumergirse en la fantochería del nacionalsocialismo. Haneke no intenta explicar esa experiencia, sino tan solo ofrecer una fábula, un cuento para niños, que, como sabemos, siempre son algo más que eso. De ahí que la pretensión de universalidad parezca forzosa, y reste peso a una película que logra mejor efecto cuando se la ve anclada en el mismo mundo que intenta retratar.
En un principio, el ambiente hace presagiar un vuelo romántico al estilo de las tragedias de Kleist. Pero a medida que avanzamos, y avanzan también los accidentes, nos damos cuenta que la catarsis no llegará. En el aserradero del barón, una empleada muere, y su hijo, que muestra un silencioso resentimiento, se desquita destruyéndole los repollos de la huerta. El hijo mismo del barón será después objeto de un castigo anónimo, y la desconfianza comienza a sembrarse entre los tímidos habitantes. ¿Hay un criminal en el pueblo? ¿Es algún tipo de castigo que Él, ese "castillo fuerte" según reza el himno de Lutero, ha enviado a sus fieles? Como otros artistas se han encargado de mostrar, la acumulación de episodios de violencia individualizada responde muchas veces a prácticas sociales de maltrato, toleradas silenciosamente y hasta repudiadas en público por los propios perpetradores.
Pero el drama no es adulto, y el propio subtítulo de la película así lo sugiere: "Eine deutsche Kindergeschichte" ("Una historia infantil alemana"). La presencia de los niños nunca es inocente, y uno sospecha que ellos son los victimarios, aunque varios episodios nos indican que también son víctimas. La paliza a puertas cerradas que el pastor da a su hijo Martin (Leonard Proxauf), y el lazo blanco que le ata al brazo como forma de inculcarle pureza, sugieren que la inocencia está perdida. Haneke dirige con ritmo pausado una historia que solo en pocos momentos intenta apresurarse, como cuando el profesor de la escuela se las da de detective, con un desempeño sencillamente torpe. El estallido de la Gran Guerra nos recuerda que todavía estábamos en las postrimerías del "siglo largo", ese que comenzó en 1789 y concluyó en 1914, y que lo que Haneke intenta mostrar es la infancia de los que habrían de convertirse en los adultos de la Segunda Guerra Mundial. Esta es una tesis fuerte, en el sentido de arriesgar una reducción excesiva. El propio Haneke ha sugerido que debemos ver su película como si el pueblito fuera uno de nuestro propio país, algo así como que nadie está exento del horror original propio de la condición humana, y que lo único que basta para que alcance niveles más tétricos es un poco de tolerancia pasiva y mucha hipocresía. Haneke hizo algo parecido con Funny Games, una película que más parece una tesis doctoral sobre los medios de entretención masivos. El ejercicio acá es eso sí menos artificioso y estéticamente más valioso. Uno puede leer su "historia infantil alemana" como una "Historia sobre una Alemania infantil", la de los que crecieron en la guerra y maduraron en la entreguerra, para finalmente sumergirse en la fantochería del nacionalsocialismo. Haneke no intenta explicar esa experiencia, sino tan solo ofrecer una fábula, un cuento para niños, que, como sabemos, siempre son algo más que eso. De ahí que la pretensión de universalidad parezca forzosa, y reste peso a una película que logra mejor efecto cuando se la ve anclada en el mismo mundo que intenta retratar.
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